Hace unos años, Agustina Muñoz escribió un texto corto para el MALBA que se llama “Un entramado de sentidos”. En el texto habla sobre los museos y sobre lo que pasa con los cuerpos de lxs visitantes en los museos. Sobre la vitalidad que generan las obras y la recepción que los museos, como instituciones, habilitan (o reprimen).
En el texto imagina a una persona sentada en un banquito, con los ojos acuosos y a otra que se le acerca y, sin conocerla, la contiene. “¡Qué lindo sería!”, exclama, después de imaginar la escena. “Que los museos se vivieran así, que se entrara a ellos a mostrar la sensibilidad que el afuera nos obliga a guardar, que ahí adentro se pudiera ser plenamente, descontroladamente, emocionalmente, humanamente”, sigue.
La invitación de Ofrenda, la muestra de Celina Eceiza en el segundo piso del Museo de Arte Moderno invita, precisamente, a eso. A cobijar “emociones informes, la sensibilidad torpe y desconocida”. A pasar un día entero leyendo o durmiendo en un mundo hecho de tela. A creer, una vez más (y tal vez ingenuamente) que el arte y la poesía pueden reparar el mundo.
No sé si este texto debería ser categórico, pero vayan. Vayan al segundo piso del Museo de Arte Moderno. Vayan con tiempo. Lleven un libro. Quédense un rato. Tírense a dormir. Escuchen un disco entero. O estén en silencio, pero vayan.
La curaduría de la exposición es de Jimena Ferreiro. La dirección de producción de Iván Rösler. La produjo Julieta Potenze. Y muchxs trabajadorxs del Museo de Arte Moderno la hicieron posible.