Tour por Japón
Les pedimos a especialistas y amigos de la casa que nos sugieran libros, películas, diseñadores y otras maneras de entrar a la cultura japonesa.
La canción del arrozal, de Lafcadio Hearn. Si, como dijo Borges, "el espíritu se aquieta bajo la absolución de los árboles", tal vez se podría decir que el espíritu baila al ritmo de este pequeño libro lleno de ranas, cigarras y grillos. (Alejandra Kamiya)
Genji Monogatari, de Murasaki Shikibu, es señalada como la primera novela de la literatura mundial. Fue escrita por la dama de la corte Murasaki Shikibu en la década posterior al año 1000 en Japón, durante el período Heian, y muestra cómo vivía aquella aristocracia, tal vez la más sofisticada que existió jamás.
El protagonista es Genji, figura resplandeciente en su apariencia, sus artes y también en sus habilidades amatorias. La novela es romántica y se ocupa de las aventuras de alcoba de Genji y otras figuras de los círculos más cercanos a los sucesivos emperadores. En sus historias los personajes ejecutan unas coloridas danzas de refinamiento social entre férreas reglas, tabúes, poligamia y el retrato nostálgico de la impermanencia del ser humano.
A priori cualquiera diría que tal obra de dos gordos tomos solo tiene un valor académico. Nada más lejos de la realidad: es una novela accesible, magnética y hermosa que fascinó a Jorge Luis Borges y que cualquiera podría pensar que se escribió ayer como un ejercicio de fantasía. (Gonzalo Gossweiler)
Cacería de niños, de Taeko Kono. Cuentos geniales, de lo mejor que leí este año.
Diecisiete sílabas, de Hisaye Yamamoto. Cuentos atravesados por la guerra y la inmigración. Muy buena traducción de Martín F. Castagnet.
El alma de las flores, de Kaneko Misuzu. Una poeta del vacío. Flores, Budas y Tao.
Detrás del bambú, de Ryunosuke Akutagawa. Poemas que alcanzan el máximo punto de belleza en la oscuridad.
El monje desnudo, de Taneda Santoka. Para tener en la mesa de luz siempre y llevar a todas partes.
El embarazo de mi hermana, de Yoko Ogawa. Todo lo que escriba Ogawa es excelente. Esta nouvelle es inquietante, con un final inesperado.
Introducción a la cultura japonesa, de Hisayasu Nakagawa. Ensayo indispensable para estudiar la cultura japonesa. Nociones como sujeto, muerte, fusión, permiten acercarnos a las producciones culturales de Japón. (Cynthia Matayoshi, @miskanjis)
Suena a lugar común pero es verdad: los japoneses son distintos. En el cine se comprueba. Hay unas maneras de componer el cuadro, por ejemplo, que en occidente no se consiguen. Además, es una cinematografía con una historia larga, virtuosa y fascinante. El Siglo XX ofreció tres grandes maestros ineludibles, de los más grandes cineastas de la historia: Kurosawa, Ozu y Mizoguchi. Pero hubo otros: Naruse, Ichikawa, Kobayashi, Miyasaki, Oshima y varios más. Vamos a recomendar algunas películas que se pueden encontrar en plataformas locales.
Historia de Tokyo, de Yazujiro Ozu, disponible en Qubit.tv
Los caminos para llegar a la emoción son los más puros, los más honestos. Ozu es un genio de la sugerencia, del medio tono, de la ambigüedad. Entra seguro en mi lista de las mejores 10 películas de todos los tiempos. El cine de Jarmusch y del mejor Wenders no hubiera existido sin Ozu.
La vida de O’Haru, de Kenji Mizoguchi, disponible en Qubit.tv
Mizoguchi es otro genio de la discreción, pero más voluptuoso que Ozu. Este melodrama histórico narra la triste vida de una cortesana. Una película auténticamente feminista, como todas las del director.
Mi vecino Totoro, de Hayao Miyazaki, disponible en Netflix.
No solo es una de las mejores películas de animación de todos los tiempos (tal vez la mejor), sino una de las grandes obras maestras del cine. Cuando ve a Totoro siente que hacer cine y contar historias es muy fácil.
(Juan Villegas)
Para los que no saben por dónde empezar con la literatura japonesa les recomiendo algo corto, dos cuentos de escritores muy distintos pero que me sumergieron en su universo con la misma intensidad:
“Un brazo”, de Yasunari Kawabata (1899-1972). Este escritor ganador de Nobel y uno de los maestros literarios más notables del siglo XX nos ha deslumbrado con novelas como Lo bello y lo triste, y La casa de las bellas durmientes. En todos los casos, lo que más me atrajo de su escritura es el trabajo que tiene con la sensualidad del cuerpo y los límites de lo perverso, por eso creo que “Un brazo” es una buena forma de conocer su obra. En este cuento el narrador pasa toda la noche con el brazo de una muchacha, el brazo está vivo, caliente, habla y fue entregado como una prueba de amor. Después de leer este cuento te va a sorprender la belleza que pueden tener nuestras extremidades.
El otro que quería compartirles no está en la web, es parte de un libro que salió hace pocos meses y que sin dudas vale la pena comprar:
“Diecisiete sílabas”, de Hisaye Yamamoto (1920-2011), traducido por Martín Felipe Castagnet. Yamamoto, hija de primera generación de japoneses migrantes en EEUU, despliega una narrativa que plantea una bisagra en las relaciones japonesas americanas después de la Segunda Guerra Mundial. En “El terremoto de Yoneko”, un tailandés llamado Marpo trabaja para la familia de Yoneko, una niña japonesa que vive junto a sus padres y su hermana en el sur norteamericano. Marpo va a servir como un otro para los japoneses pero también va a ser el hilo de la historia. A medida que avanza el cuento presenciamos el terremoto que da el título, pero, a veces, hay que decir, los terremotos no son solo un movimiento de plaquetas. Con un final que me recordó al cine de Lucrecia Martel, este cuento nos regala un nuevo capítulo en la literatura japonesa.
(Sofía de la Vega)
Issey Miyake. Este diseñador japonés que murió hace pocos meses revolucionó la moda. Ropa cómoda, fácil de lavar y de colores increíbles. Casi sin cierres ni botones ni nada torturante, creó maravillas con géneros y diseños totalmente diferentes. Y cuando hacía algo estándar producía la polera negra que caracteriza a Steve Jobs.
La anécdota es que a principios de los 90, tenía un local en NY mínimo al que entré a boludear imaginando que jamás iba a poder comprar algo. Empecé a probarme ropa y noté que la vendedora estaba muy colocada. Me gustó algo y cuando le pregunté el precio me dijo 50 en lugar de 500. A la velocidad del rayo pagué en efectivo y me fui con mi camisa plisada chocha de la vida. (Florencia Ure)
Todo un lacayo:
se baña el cuervo
en las aguadas
puras del año.
Traducción: Alberto Silva
(Santiago Llach)
Okasan, de Mori Ponsowy. En mi primer viaje a Japón noté que las japonesas tienen un vínculo particular con su cuerpo. No es común verlas con escotes pronunciados o polleras al ras de una bombacha. Pero no existe la idea de pudor a la hora de meterse completamente desnudas en un onsen. Se trata de las aguas termales de origen volcánico que abundan en todo el archipiélago. Hay distintos tipos. El encanto de cada uno está articulado con la arquitectura del espacio (un hotel, una posada) o de la naturaleza, al aire libre.
La primera vez que fui a un onsen fue en el Hotel Nakanoshima de Nachikatsuura, en Wakayama. El lugar era especial porque de allí vinieron mis abuelos. Pero además había que tomar un ferry para llegar. Es una isla dentro de la isla. Ahí el onsen es al aire libre. Fui de noche. El borde del piletón llegaba al filo del pequeño monte en donde estaba emplazado. A lo lejos se adivinaba la bahía de Katsuura, pero los grandes protagonistas eran el cielo y el mar en plena oscuridad. No quiero recomendar acá un onsen en particular, sino la experiencia de la desnudez en la naturaleza. El agua termal hace su trabajo: relaja el cuerpo, suaviza la piel. Esta reseña es muy breve pero si quieren ahondar en estas cuestiones les recomiendo el relato de Mori Ponsowy acerca del onsen en su libro Okasan, o las ilustraciones de Igort del Yakushinoyu Onsen en sus Cuadernos japoneses.
(Malena Higashi - @ekekochi)
Crecer, de Ichiyō Higuchi. De los más de mil años de literatura japonesa, el descubrimiento más grato para mí fue el de Ichiyō Higuchi, una autora de la era Meiji, durante la modernización a paso acelerado del Japón (también la van a encontrar como Higuchi Ichiyō, a la manera japonesa, con el apellido primero). De sus muchos relatos (publicados tanto por Satori, Erasmus y Chidori Books, ya que están libres de derechos), aprecio especialmente la novela corta “Crecer”, también traducida como “Dejando atrás la infancia", que cuenta la historia barrial de dos pandillas en la zona roja de la nueva capital tokiota; es a su vez un retrato perceptivo de las diferentes individuales en una sociedad regida por el nacimiento y de ese despegue entre lento y súbito que le da título a la novela. En la edición de Satori, sin duda la más linda, se encuentra en el libro Cerezos en la oscuridad. (Martín Castagnet)
El libro de la almohada, de Sei Shonagon. Este diario de una de las damas de compañía de la emperatriz Sadako es uno de los libros que inaugura la literatura japonesa. La misteriosa Shonagon nos regala postales de la vida en la corte, aforismos, catálogos de plantas y flores, reflexiones íntimas y, lo mejor para mí, unas listas magníficas (“Cosas que dan una impresión patética”, “Cosas elegantes”, “Cosas tranquilizadoras”, entre otras). Está escrito con lo que en estética japonesa se conoce como okashii -una mezcla entre divertido y extraño-, que hace que Shonagon se vuelva cercana, graciosa y sensible, como esa amiga un poco ácida pero adorable que todxs tenemos. (Olivia Gallo)