To sleep, to die: Una recomendación de La segunda venida de Hilda Bustamante
Manuela Frers
Una mujer está acostada adentro de un ataúd cerrado. Hace calor, el cajón empieza a ahogarla, golpea desesperada. La escena es muy evocadora de innumerables otras escenas de la cultura popular: Rufina Cambaceres enterrada viva, su cuerpo rasguñado, los restos de la madera del cajón bajo sus uñas; Beatrix Kiddo en completa oscuridad pegándole al mismo punto, recuperando todo su aprendizaje oriental para poder salir de esos seis pies bajo tierra; la mismísima Gilda, engordando su mito. Pero en este caso, sabemos muy pronto, la mujer que empuja materia, separa la tierra en dos, saca primero un puño, luego el otro y por último el resto del cuerpo no es una adolescente, no quiere venganza, es la ignota habitante de un pequeño pueblo y, sobre todo, no está viva.
Hilda Bustamante, la protagonista de esta historia, tiene 79 años y el día que despierta con gusanos en la boca, no recuerda cuándo ni cómo murió. Y aunque tiene la idea de que todo esto puede ser solo parte de un mal sueño, to die, to sleep, sabe que está muerta. Bueno, que estaba muerta. Enterrada hace un año. Y aunque nada está muy claro y ella no quiera pensar en nada, una pregunta se le figura con incómoda claridad: ¿Y ahora qué?
Esa misma tarde, su marido Álvaro atraviesa el pueblo en bicicleta para ir a buscar a su nieta a la escuela, acompasado por las campanadas de la misa de las siete. Como en cualquier otro pueblo, la iglesia reúne a los vecinos, los contiene y también marca el tiempo. Álvaro sabe que la primera ronda es para calentar, la segunda para apurar y la tercera para dar culpa. Pero ese día las rondas de campanadas no terminan ahí, siguen sonando, y suenan, y suenan. El oído, el órgano del miedo, se inquieta. Acá hay un exceso: ¿por qué suenan tanto las campanas? A la cuarta ronda, lo raro se convierte en caos y estallan todos los vidrios de la ciudad. Hilda confesará después: “Lo del campanario no había sido un plan, sino una tentación”. Todos los términos se invierten: Después de la muerte, la vida. Después de la culpa, la tentación.
Salomé Esper, la autora de esta novela, nos empuja de lleno pero dulcemente a un relato fantástico sumamente entretenido, con algunos trazos de costumbrismo, tierno, liviano y con mucho sentido del humor. Sin opulencia y con una gran capacidad para contar historias y construir personajes adorables, nos va presentando al círculo íntimo de Hilda, que con su resurrección vuelve, de a poco, a rodearla como un grupo de insectos que busca desesperadamente la luz: su marido, su vecina, su nieta, su amante y las Devotas del Sagrado Corazón de Jesús, el grupo de amigas de la parroquia que están lejos de ser las mujeres excelentes que uno imagina de un grupo de creyentes fervorosas.
Los personajes en La segunda venida de Hilda Bustamante tienen problemas familiares y muchos secretos, y la mayoría son profusos pecadores. Incluso los curas. Pero ninguno tiene maldad, son dulces y tiernos y mayormente están asustados o desesperados. En su vida y más todavía en su segunda venida, Hilda es contundente, Todopoderosa. Pero a diferencia de Jesús, no vuelve para reclamar la Tierra como reino propio, castigar o recompensar. Hilda vuelve sin demasiado propósito, vuelve como una rareza. Y como vuelve, también se va. Como en la historia, la muerte de Hilda ocurre dos veces: primero como tragedia y después como farsa. Porque lo mágico también puede ser torpe. Un libro para leer, disfrutar, experimentar la efervescencia de lo fantástico, reír y soltar alguna lagrimita.
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