Pedro Mairal: “Me asusta el carácter profético de lo que uno escribe.”
Con la excusa de Borges, Pedro Mairal habla sobre las polémicas en la literatura, la necesidad de traicionar para escribir y el carácter anticipatorio de la escritura.
Con su estampa de hidalgo de adarga antigua, Pedro Mairal puede hacer acordar a Bioy Casares, pero la circularidad de sus tramas y la visualidad melancólica de sus paisajes me hacen acordar a Borges. Aunque se puede leer a Mairal sin Borges, se pueden leer resquicios de Borges a través de Mairal. Mairal lo leyó; es decir, lo maceró, lo asó y lo transformó en otra cosa. Charlé con él por Zoom; como la entrevista fue una semana antes que la que le hice a Javier Cercas para este número de The Chasco Gazette, no pude evitar que algunas preguntas fueran las mismas, pero cada conversación disparó para lados diferentes.
¿Te parece que Borges es un escritor de escritores, dado que trata tanto la literatura en sus textos? ¿O también es un escritor para lectores comunes, si es que eso existe?
Yo creo que Borges es las dos cosas. A Borges hay que bajarlo de esa columna griega del panteón donde se lo ubica. Me parece que está siempre en un lugar de mármol donde lo pusieron los borgéologos, en un lugar muy erudito. El viejo sabio, ciego, enciclopédico. También hay otro Borges. Hay un Borges que es medio popular también. A veces estoy tentado de hacer una antología que se llame “Borges enamorado”, Borges in love. Meter un Borges que es cursi y más popular. Después sí, está lleno de guiños metaliterarios. En sus textos habla todo el tiempo de la construcción de lo que está haciendo. Es una literatura que se comenta a sí misma. Él aprendió a hacer eso de Macedonio Fernández. Es una literatura donde está la arquitectura a la vista. Se ven los caños, se confiesan las vigas y eso lo vuelve muy atractivo para la gente que escribe. Al leer estás viendo la fábrica de un cuento. Es como si lo estuviera inventando mientras te lo cuenta.
A pesar de eso, Borges permite las dos lecturas. No hay que tenerle miedo, no hay que leerlo queriendo entender el cien por ciento, simplemente porque a veces está mandando fruta a toda velocidad. Mirás el detalle y te das cuenta de que hay un montón de datos eruditos inventados por él. Por eso hay que leerlo dejando esa franja de duda, un costado que no se entiende del todo.
Hay una cuenta de Twitter que es el Borges tirapostas. Es el Borges de frases de autoayuda, de las que está lleno. Me parece que esa es una de las cosas que lo desvía, no sé si hacia lo popular pero sí hacia una imaginación adolescente. Yo siempre digo que “El inmortal” podría ser una maravillosa serie de Netflix. En Borges está el elemento fantástico y está también la habilidad para construir tramas perfectas. El sabe el final pero no sabe cómo va a llegar hasta allí. Y me parece que, y acá te voy a elogiar, así como Borges es un maestro de las tramas perfectas, vos también tenés ese don, que hace que haya un plus en un escritor. Es una magia que tienen muy pocos, realmente. ¿Cómo es eso de las tramas circulares? ¿Cómo es tu experiencia al escribir un cuento o una novela? ¿Pensás la estructura antes y con el esquema trazado lo cumplís? ¿O la historia va apareciendo?
Gracias por la comparación. Mientras decías eso me acordaba de la revista de Félix Della Paolera. Él coordinaba el taller al que yo iba en los años noventa. Tenía también una revista que se llamaba Tramas, justamente. Le interesaban mucho las tramas, inventar historias. Borges, Bioy y Silvina también levantaron la bandera de la trama, en contra de la novela psicológica. Una tradición anglo, si se quiere. Incluso rescataron mucho al policial. Apreciaban la historia que está armada, que va ocultando elementos que parecen casuales pero que al final tienen un sentido. Bueno, en el taller de Félix había una celebración de la trama. Yo pienso las historias desde ahí. Aunque las tramas también tienen un riesgo ya que en la construcción puede perder frescura un texto. Eso que decís vos de Borges me encanta: que él tenía un comienzo y un final y después tenía que inventar como llegaba de un punto a otro. Él decía que tenía “la intuición de un final”. Lo que sería tener un trazo del plan, saber hacia dónde querés que se desencadene la cosa. Pero a medida que escribís, el texto va sugiriendo sus propias reglas. Por ejemplo, a veces un cuento termina mucho antes de lo que pensabas. Vayamos a Borges antes que a mí. El final de “El Sur”, por ejemplo: ¿habría pensado Borges que terminaba justo antes del final? El cuento no termina cuando Dahlmann empuña el cuchillo, termina en nuestra cabeza. Sabemos que lo matan porque es un nerd de biblioteca enfrentándose a un gaucho. ¿Borges sabía que iba a terminar de escribir justo antes del final? Cuando empezás a escribir hay toda una parte que no controlás. El texto empieza a tener una vida propia, se relacionan elementos y pasan cosas que no podías tener pensadas de antemano. Simplemente porque el texto no existía. Por eso tenés que dejar que se salga de tu control y de tu plan previo. Porque la parte que no controlás hace que el texto esté vivo. Si el texto no tiene sus propias reglas, lo asfixiás. Entonces, es una mezcla de controlar y "soltar", como dicen ahora.
Hablas sobre tu maestro Félix. ¿Son necesarios los maestros o el diálogo entre escritores, colegas? Una definición de la literatura que me gusta dice: la literatura son las cartas a los amigos. ¿Qué pasa con los escritores que te rodean? Sea hacia arriba o a la par.
¿Viste que Borges dice que nadie quiere deberle nada a los contemporáneos? Yo creo que muchas veces hay una actitud así. Personalmente, yo le debo mucho a mis contemporáneos. Ya que me tiraste flores antes, ahora te voy a tirar flores yo. Leer tus poemas en los noventa me pegó muy fuerte, mientras los leía me preguntaba si eso era poesía. Yo venía de un imaginario poético clásicamente lírico, ligado a la naturaleza y esas cosas. Y de golpe en tus poemas vos mostrabas una cosa muy antilírica. Eso a la vez me provocó y me inquietó. Me hizo replantearme qué es escribir. Definitivamente leer tus poemas y a la gente de mi generación me afiló. Era como el aliento del tigre. Escribí bien porque todos están escribiendo muy bien. Leer a los contemporáneos te hace reflexionar sobre tu propia escritura. Eso también lo aprendí en el taller. La idea de escuchar. Al principio del taller estás vos con tu papelito en la mano, con ansiedad de leer lo que llevaste. Pero cuando esa ansiedad se baja y escuchás lo que leen los demás empezás a ver el cruce de ideas. Ahí empieza a suceder este cerebro grupal de los talleres. Yo todavía me veo con amigos del taller de Félix y sé que algunos grupos de talleres que yo di se siguen juntando. Es eso que dice Fabián Casas, que la literatura es una experiencia colectiva. Me encanta esa idea, la posibilidad de que estemos todos juntos pensando y escribiendo una época. Creo que eso pasó con los blogs. Había algo colectivo ahí, involuntariamente, ya que no era un momento de manifiestos explícitos. Fue un momento de pensar la escritura dando un paso al costado de lo literario e ir a un lugar donde no había que escribir bien, sino seducir, contar algo, así como con la ropa suelta. Eso le vino muy bien a una generación. No sé si eso contesta tu pregunta.
Sí, la contesta. La pregunta que te quería hacer ahora está de algún modo incluida ya en tu respuesta. Pero ampliando un poco, Borges era un violento. Un territorio que él dominaba como nadie que era el arte de injuriar. La pregunta es, ¿qué pasa con la polémica en la literatura? ¿Es necesario ese aspecto?
Creo que es necesario que haya personajes así. Por ejemplo el discurso de Saccomanno en la Feria del Libro. A mí me gustó. En el sentido de que está bueno que haya alguien que sacuda las cosas. Por supuesto que repartía piñas de más, pero dijo cosas interesantes. Por ejemplo, decir que exigió que le paguen. Fogwill era muy bueno en la polémica, casi que una obra paralela a su escritura era la provocación. A mí me pegó varias veces Fogwill, cada vez que alguien mencionaba mi nombre se quedaba hablando mal de mí durante un rato. Nunca pude hablar con él largamente; en cambio, siempre me quedé hablando mentalmente con él, y después se murió. Por lo tanto, podemos decir que esas polémicas funcionan para pensar. Alguien patea el avispero y las ideas empiezan a agitarse. Pero hay que saber hacerlo. A mí no me sale, yo soy más conciliador. Me gusta unir las cosas, encontrar los caminos de encuentro. Ejercer esa, llamemos, violencia verbal no me sale. En la televisión le dicen a eso "tener pico". Ahí sobresalen los que son rápidos, achispados. Esos personajes son necesarios. Por otro lado, hay un gesto de hacerse el picante que si no aporta nada termina siendo un gesto vacío. Ser polemista implica un delicado equilibrio. Hay que ser muy genial. Maradona era genial, tenía una tercera pierna en la lengua. Borges también. Los dos eran muy sentenciosos, elaboraban frases con las que te podías hacer una remera.
Otra cosa que me pregunto siempre en relación con la escritura es si para escribir no hay que ser un poco malo. En el sentido de que hay que suspender la pregunta por las consecuencias, tiene que haber una impunidad en el momento de la escritura. Tengo la sensación de que eso vos sí lo manejas.
Sí, soy un gran traidor. Hay una frase de Pushkin que dice: "En Rusia cada vez que nace un buen poeta el padre levanta un puño al cielo y maldice a Dios". Porque de pronto el narrador, el que viene a contar las historias, es un espía. Una figura socialmente muy incómoda, ya que siempre hay historias que nadie quiere que salgan a la luz y uno al escribir viene a corroer eso. Fijate, igual, que en Borges hay dos escenarios. Uno es el escenario público, las entrevistas, donde él era muy genial. Y por otro lado está la escritura. Son dos territorios con velocidades distintas. Uno es inmediato y el otro tiene un delay.
Por algo Platón echó a los poetas de la República. Ahora te llevo a “El Sur” de Borges, que es un viaje en el espacio y también en el tiempo. Otra cosa que vos manejás muy bien es el traslado del personaje, el viaje. ¿Ayuda eso a construir una buena trama?
Está buena la pregunta. Se me quedó colgado un tema conectado con eso. Algo que me interesa de la trama es que define a un personaje por sus actos. A veces inventás una trama y le buscás el mejor personaje. Por ejemplo, alguien se gana una noche con una actriz porno en un sorteo televisivo. Si gana un cuarentón canchero, porteño, no hay historia. Pero si gana un adolescente que vive en la provincia de Buenos Aires, en un lugar inundado, que no tiene un peso y admira a esa porno star hace varios años, ahí si hay una historia. Esa es la trama de mi primera novela, Una noche con Sabrina Love. Es interesante partir de una trama, porque pensás una serie de episodios y a veces no sabés del todo a quién le va a suceder eso. Tenés que pensar quién la va a pasar peor en esas circunstancias. Y a medida que vas poniendo a prueba al personaje en distintas peripecias, se va definiendo su perfil, y así lo inventás. Esto sería pensar al revés de una historia de laboratorio donde uno quiere demostrar una premisa, uno empieza por una personalidad, un perfil psicológico, y le va inventando circunstancias que lo reflejen. A mí me gusta, en cambio, mover a los personajes y ver qué provoca eso en ellos. El movimiento lo que hace es que los pensamientos y sentimientos del personaje reboten contra los lugares por los que pasa. Eso ocurre incluso en la vida cotidiana. Ponés a dos personas en un mismo colectivo, mirando por la misma ventana en un recorrido por la ciudad y cuando les preguntas qué vieron te van a decir dos cosas muy distintas. Uno quizás te dice “yo vi mucha gente fumando”, el otro que vio muchas mujeres embarazadas. Empezás a indagar y el que vio gente fumando dejó de fumar hace poco y el otro está con un tema de fertilidad, el miedo a un embarazo, algo así. En los viajes ves lo que te está pasando. Y eso es muy aprovechable en la literatura. Volviendo a “El Sur”, Dahlmann en el viaje en tren hacia la estancia está viendo una recuperación de un espacio. Vuelve a un espacio casi espiritual. Me parece que el personaje literario del siglo XX se quedó demasiado quieto, se deprimió. Pienso en el Ulises, El extranjero, los personajes tirados en la cama de Beckett. El personaje se queda quieto y sube el volumen de lo que piensa. Y yo creo que hay que volver a sacar al personaje a la calle. Que haga cualquier cosa, que vaya a la panadería, que alguien le toque la puerta. En la acción hay una recuperación de la trama, de la aventura, aunque sea de la aventura doméstica. Porque cuando los personajes se mueven uno descubre cómo son.
Entre los quietistas está Marcel Proust. Son las narraciones de la espera. Ahí también podríamos ubicar a Hamlet, ¿no? Los dos tipos de narración se separarían entonces entre el personaje que no lleva a cabo la acción quedándose en la neurosis y el personaje que sigue el camino del héroe, avanzando y atravesando peripecias.
Qué buenos ejemplos. Proust sí, es la quietud total. Hamlet tampoco actúa nunca. Pero fijate que la inacción de Hamlet termina produciendo un desastre. Todo se precipita en el último acto y queda vivo solo el que baja el telón.
Sí, totalmente. Volviendo a “El Sur”, es el viaje entonces en el tiempo y el espacio para recuperar una estancia. Ahí hay algo de contenido de clase, que tiene que ver con esta pertenencia de Borges a una clase propietaria venida a menos. En tu cuento "Hoy temprano" también ocurre algo parecido. Es un viaje a finales del siglo XX, en auto, por la Panamericana, a una quinta que ya no está. La idea de un viaje hacia un lugar que existe ya solo en la memoria del personaje se parece a la trama de “El Sur”. Los dos cuentos también coinciden en la estructura del personaje que viaja solo, no se sabe si en la realidad o en la mente. En ambos parece que van hacia adelante pero en realidad se va al pasado a recuperar la casa de descanso familiar. ¿Hay algo consciente en la semejanza? ¿Vos a veces tomás cosas de otros?
Nunca había pensado en esas conexiones. Me gustan mucho. A mí ese cuento me formateó el cerebro muchísimo, podría decir que en general la manera que tiene Borges de desplazar a los personajes. Casi sintácticamente lo digo. También creo que algo del uso del tiempo de “Hoy temprano” está cerca de los truquitos de Cortázar. Hay algo de “Autopista del Sur”, “Todos los fuegos el fuego”. Unos tiempos superpuestos. Podría decir que es un uso del tiempo propio de la poesía. Ese tiempo total que no es una línea cronológica sino el concepto de la vida entera. Lo que dicen que ves justo antes de que te pise un auto, ¿viste? Un instante donde entra la totalidad del tiempo. Ahí hay una idea borgeana. Un tipo de literatura de la intimidad absoluta que atrapa lo que sucede en el cerebro y que es previa al acto.
En “Hoy temprano”, si bien tu personaje se casa y tiene hijos, también se va quedando solo. Y los personajes de Borges son muy solitarios.
Sí, desdichados y solitarios. Pero a veces encuentran un motivo vital. Como el personaje de “El milagro secreto”. Cuando lo van a fusilar, la divinidad permite que se detenga el tiempo para que él logre terminar una obra inconclusa. Lo interesante ahí es que el tipo lo que quiere es escribirla, no publicarla. Cuando pone el punto final, ¡pum!, lo matan. Eso me pareció siempre muy lindo porque habla de que quizás no hay tanta necesidad de publicar. El acto de tener tus cuadernos, tu caligrafía, tus textos, también es una forma de ser, de justificar la propia escritura, aunque nadie se entere nunca.
Todos esos cuentos de Borges de El jardín de senderos que se bifurcan, que publicó a sus cuarenta años, son una gran autojustificación del escritor que escribe. Está allí esa gran pregunta de Borges: ¿Y la obra? Paradójicamente, Borges realiza toda su obra preguntándose por la obra.
Si lo pensás, para alguno de sus textos hasta usa el término "misceláneas". Esos son libros que son juntaderos de textos cortos. Lo que pasa es que también agrega libros de cuentos increíbles, que son el centro de su obra. Quizás estaba calentando motores. Hace poco revisando sus libros de poesía encontré un poema que se llama "La guitarra". Ahí hay una enumeración con "vi". Escucha una guitarra en un patio y empieza a enumerar: vi la pampa, vi tal cosa, etcétera. Ahí está calentando motores para la enumeración que luego va a hacer en “El Aleph”. O sea, no es que ya sabía que en un futuro iba a escribirlo sino que hay un ejercicio que probó y después el cuento le salió mejor porque lo había ensayado. Después Borges borró las huellas del ensayo sacando el poema de las siguientes ediciones. Creo que toda obra de un autor es un rulo, un intento de cosas que después salen mejor. Es interesante ver las obras así, conectadas. Encontrar este tipo de cosas te tranquiliza un poco. Porque demuestra que Borges no sacó de la galera un cuento genial, lo fue probando. En la escritura hay mucho ensayo y error.
Vos estás viviendo en Uruguay y tu última novela se llama La uruguaya. Ahí se cuenta el viaje de un escritor a Uruguay. Hay algo perturbadoramente profético en lo que uno escribe, ¿no?
Sí, y eso me asusta muchísimo. Yo debería escribir una historia de un hombre que se vuelve millonario o algo así, porque muchas veces me ha pasado que lo que escribo después sucede. Me pregunto si el título La uruguaya no habrá sido en referencia a "la vida uruguaya". Me pasó que después de que escribí el cuento “Hoy temprano” todo terminó sucediendo. Sí, efectivamente hay cosas que son proféticas y ese costado de la escritura me asusta. Hay temas de los que no puedo escribir. Sobre el sufrimiento de la gente, por ejemplo. A veces se me ocurren cosas muy crueles pero no las puedo escribir porque siento que no le puedo sumar más cosas horribles al mundo. Por ejemplo, lo que escribe Mariana Enriquez, a la que admiro mucho; a mí me espantaría de por vida escribir ese nivel de oscuridad. No digo que no se me ocurran cosas horribles, se me ocurren, tengo un cerebro bastante espantoso. Pero no las puedo escribir porque tengo miedo de que esas cosas después me vengan a buscar.
A veces es como llamar a la tragedia, ¿no? Lorrie Moore dice que esta literatura personal puede tener algo de conjuro. En uno de sus cuentos hay un pintor que pinta cosas catastróficas diciendo que hay que pintar lo peor para que eso no ocurra.
Eso también es algo interesante, escribir para sacarte un destino de encima. Lo he hecho, escribir el destino que no elegí. Decís, “Ok no fui para ahí, pero quizás no fui para ahí porque lo escribí”. Es muy misterioso eso, cómo funciona la escritura y la vida. Yo lo entiendo solo cuando miro para atrás. Si lo entendiera en el presente escribiría una novela por año. No entiendo cómo es el proceso de la imaginación que digiere la experiencia para convertirla en obra. Ese proceso siempre involucra, de vuelta, una parte que controlás y otra que no. Borges fue genial transformando la vida en literatura. El tipo vivía dentro de la literatura. Todo estaba pensado en función de lo literario. Creo que eso lo salvó. Tenía una existencia bastante desdichada, era un hombre que no se sentía deseado, pero que logró convertir su sufrimiento en obra. Todas sus obras están dedicadas a alguna mujer que no le dio bola, básicamente. Unas amigas con comillas de las que estaba medio enamorado, pero que no le correspondían. Creo que se alimentó de eso.
Última pregunta. Decime los tres textos que más te gusten de Borges.
El poema que más me gusta de Borges se llama “Insomnio”. Allí un tipo que no puede dormir recuerda el día recién vivido, con lujo de detalles. Después, me gusta mucho también el poema “Mateo, XXV, 30” donde el yo lírico siente que le fue dado el universo pero que todavía no escribió el poema. Ese es siempre el látigo por el que uno sigue escribiendo. “Tengo que seguir en esta traducción de la experiencia a texto porque todavía no escribí el poema”. Siempre está esa sensación. Por suerte, si no te apagás. Tercero, “El Sur”, sin duda. Por el viaje, el final abierto. Por ese momento en el que los gauchos apuran a Dahlmann, tan bien descrito. Esos tres textos diría.