Mili vive con su mamá, su hermana, creo que tiene perro y además: habla de su mamá, de su hermana, su abuela y la casa familiar. Pero a la vez: Mili tiene una vida nocturna, una vida un poco alocada y con las luces estalladas de la fiesta. La fiesta es oscura, pero suena cumbia y en movimiento de los cuerpos que se ponen calientes, sale música. Su literatura es música. Como dice Denise Levertov, si la narrativa es caminar, la poesía es danza. Los relatos de Milagros son poesía, están llevados por el ritmo y te llevan. Mili escribe el mapa de la fiesta con la sagacidad del movimiento de los animales nocturnos.
(Marina Mariasch)
Mi monita linda
Mi monita linda, monita linda, decías, buenas noches monita linda, y me dabas un beso mariposa en el cachete, otro en la nariz, otro en la frente, me tapabas con mantas y frazadas tibias. Ahora que soy grande, ma, me tapo sola, elijo cuerpos para cubrirme cuando el sol abandona el mundo. Este sí, este no, ese quizás. Abajo de las luces rojas, las manos de la gente se transforman en animales inquietos. Y es que en el boliche todo busca otra cosa. Es un espacio de rompecabezas incompletos. Vos quisiste darme el mundo entero, viejita, lo sé, pero es de noche y un chico me mira. Me mira entre la gente y yo lo miro que me mira y él mira que lo miro que me mira. Un vino encima, medio corpiño afuera. Me abro el enterito que traje porque el calor que sube es tremendo el calor y la gente me toca sin pedir permiso. Yo les digo, le digo a Jua, no me pidás permiso. El respeto es del hogar. Acá, acá, con la cumbia que te sacude el pelo, acá nadie viene de ninguna parte. Un jarrón explota contra el piso, un fuego artificial destroza el cielo: es la noche que estalla en sí misma. Al día siguiente, hay que hacernos cargo, juntar los pixeles rotos, los restos de fin de fiesta, pero escuchaaaas? Suena de la calle de la calle y todos levantamos los brazos al mismo tiempo. Creemos que así nos acercamos un poco más al cielo o a algo que nos ayude a dormir tranquilos. Arroró mi niña, arroró mi sol, arroró pedazo de trola que te salió, mamá, que baila sacando culo y baja despacio. El chico se acerca. Es un segundo de acercamiento un segundo en el que plac, nos pegamos, no sabés cómo, plac plac, me agarra con fuerza y en un segundo, te juro, me clava los dientes me succiona los malos espíritus me sacude el alma ahí, en el medio de la pista con medio corpiño al aire, y me suelta hasta siempre. Chau, niño atigrado, petróleo de noches futuras, chau, chau. Nos perdemos y es trágico y nos perdemos un toque más y es glorioso. La encuentro a Jua. Está al lado de una pared hablando con un desconocido. Tiene una Stella Artua en la mano. Acompañame al baño, Jua, acompañame. Subimos las escaleras. Adentro, las chicas se amontonan. Nos paramos en frente del espejo. Tengo el labio corrido, los ojos llenos de espuma. Me retoco el rouge. Peino mi pelo con la mano. Jua saca un rimmel y se pone un poco más. Las pestañas se ven erguidas para arriba, curvadas como acróbatas espléndidas. Me encanta tu lunar, dice una voz desde atrás. Una chica que derrocha tetas señala mi cachete. Le sonrío. Vamos? Eso lo dice Jua, pero me llega tarde. Veo que se mueven primero sus labios y recién unos segundos más tarde, recién ahí, sale la voz. Vamos? Vamos nomás. De vuelta a bajar las escaleras. De vuelta a la música estruendosa, a los cuerpos que pierden ropa con cada minuto que pasa. Es un desfile también. El boliche. Un desfile de propuestas. Pedimos matrimonio sin anillo. Se acerca un chico de bigote dudoso. Te promete todo, darte de todo, hasta la luna te promete. Bailás un rato y te vas, volvés con Jua, bailan juntas, bailan con desconocidos, con chicos de tops brillantes, con chicas de shorts ajustados, así es la dinámica, ma, así es, hasta que aparece este muchacho de camisa hawaiana. Tiene un no sé qué, un algo en la expresión que te gusta. Me dice quiero bailar con vos y me hace girar. Él se enreda y desenreda alrededor mío. En un momento frena. Mira al techo de tubos y cañerías, a la puerta, al celular. Me dice te quiero llevar a casa, venís? y sonríe con los dientes rojos por las luces, rojos y negros rojos y negros rojos y me quiere llevar a mí. De todas, me eligió a mí. No, digo. Me hace dar otro giro y habla pegado a mi oreja. Dejame llevarte a la tuya entonces. Eso sí. La vuelta es mejor acompañada. Esperá que le digo a mi amiga. La saludo a Jua con un beso, te aviso cuando llegue. Le agarro la mano al hawaiano y me dejo guiar hasta su auto. Mis botas retumban entre las sombras de la calle. Él abre un Volkswagen blanco. Yo subo al asiento del copiloto. Arranca el motor y bajo la ventana. El viento me vuela el pelo para atrás mientras los parques de Palermo se deslizan alrededor nuestro. Pasamos el cartel de neón del ACA. Lo vemos brillar desde lejos, acercarse y hacerse chico de vuelta hasta que parece un bichito de luz aplastado contra el espejo retrovisor. Pasamos Plaza Uruguay, el Bellas Artes, Rapanui, casi pasamos mi departamento. Es acá, le digo.
Él para unos metros adelante. Nos miramos. Solo se escucha el ruido de las balizas. Afuera, adelante, el semáforo cambia de rojo a verde pero no hay ningún auto que arranque. Él me corre el pelo de la cara y me da un beso encima del freno de mano. Me abraza desde la espalda con cuidado. Yo le agarro el pelo. Es un segundo, eh. Después nos separamos despacio. Él sonríe, no sabés cómo, cómo sonríe y brillan los dientes igualitos al cartel de neón del ACA, brillan en la noche y yo abro la puerta para bajar, chau, chau, nos despedimos, chau querido, hoy me voy, pero espero encontrarte en alguna otra oscuridad, en algún otro boliche, querido, que mi vieja me dio de todo, sabés? Enserio. Me dio de todo. Menos la luna, menos la luna.
Literalmente bailaste desde el inicio hasta el final. Me encantó!
Dinámico, con lecturas entre líneas. ¡Ay, esa luna! Me encantó