Sobre Manuel Álvarez
Manuel Álvarez nació en Buenos Aires en 1986. Publicó la novela A ninguna parte (Editorial Bärenhaus, 2019) y Una nube viene (Editorial Marciana, 2023); y el volumen de cuentos Nadie sale de acá (Azul Francia, 2022). Es editor literario en Chelsea Hotel Mag y reseñista en la revista Otra Parte.
¿Cómo te hiciste editor?
De casualidad. Quiero decir, no fue buscado, apareció la oportunidad gracias a Denis Fernández, creador de Editorial Marciana. Él fue quien me lo propuso. Denis vio en mí un editor antes de que yo mismo lo viera. Hasta entonces no me había pensado en ese rol, pero viéndolo en retrospectiva, tenía cierto sentido. Unos meses antes nos habíamos juntado a tomar unas cervezas por una entrevista que le hice por su novela Especie salvaje, que acababa de salir, y resulta que la entrevista (y el alcohol) se excedió y nos quedamos charlando apasionadamente de literatura, de nuestras lecturas, que tenían bastante más en común de lo que podíamos suponer antes del encuentro; en fin, tuvimos una química literaria, llamémosle, inmediata. Esto no me lo dijo, pero imagino que ahí ya se le ocurrió lo de proponerme ser editor junto a él. Pero la realidad es que cuando nos juntamos a tomar un café unos meses después no me imaginé que me iba a proponer ser editor, pensaba que quería seguir hablando de libros. De alguna manera, eso es lo que hacemos desde entonces.
¿Qué hace un editor? ¿Cómo se edita? ¿Cuál es tu criterio para armar un catálogo?
Un editor hace un montón de cosas, sobre todo en una editorial independiente. La principal es una obviedad: lee. Pero, claro, leer con ojos de editor tiene sus bemoles, esto es algo que me di cuenta editando. Hay que entrenar al ojo para la editorial, hay libros que son muy buenos, que da placer leerlos, pero que no son para la editorial porque no tiene nada que ver con su línea, con lo que busca o propone. Entonces hay que saber distinguir eso cuando se lee un manuscrito. No es solo vislumbrar un libro en un montón de páginas, que podría ser lo primero que se piensa desde afuera. Eso está, evidentemente, pero no es solo vislumbrar el libro, sino trabajarlo con el autor, ver cómo se puede mejorar, esa es la pregunta: ¿qué puede hacer mejor al libro? Y en base a la respuesta actuar en consecuencia. Muchas veces es sacar la grasa, en ese sentido, me parece que una de las principales funciones de un editor es la de desmalezar. Pero, bueno, la tarea del editor no se limita solo a leer y trabajar manuscritos. En nuestro caso, por ejemplo, también editamos, aunque en menor medida, libros que ya fueron publicados, lo hacemos en la colección que recupera clásicos (lo hicimos con Cesare Pavese y con Nella Larsen, y ahora en pocos meses se viene Hemingway) o incluso con libros recientes publicados afuera (por ejemplo, Carcoma, de Layla Martinez, que lo leímos en el 2022 y quedamos fascinados; me acuerdo de terminar de leerlo y decir: “esto tiene que salir en Marciana”). En esos casos nuestro margen de maniobra, en lo que es texto, es mucho más acotado (por ejemplo, si es una traducción será revisar el tono el con traductor); digo, ahí es un trabajo previo, es más pensar qué puede interesarle al lector argentino, o cómo podemos hacer para que el lector se interese. Después está el trabajo que quizá no se tiene tanto en cuenta: pensar una tapa (en Marciana le damos mucha importancia a la estética del libro, la tapa es lo primero que ves y para nosotros es importante que tenga algo para decir), pensar quién puede hacer la contratapa, contactar al pintor, al diseñador o al escritor, ver números, o mejor, cómo hacer que cierren los números, idear la logística de salida de un libro, prensa, cómo moverlo, etcétera, etcétera, etcétera. La realidad es que son infinidad de cosas.
En cuanto al criterio para armar catálogo, lo primero que buscamos en un libro es que nos mueva, que nos haga sentir algo en el cuerpo. Ese tipo de libro que después de leerlo querés que lo lea todo el mundo. Si logra eso, es muy probable que queramos publicarlo. Ahora, como decía al principio, también buscamos que los libros de la editorial dialoguen entre sí (por forma, por contenido, por autor), no entre todos porque es imposible, pero sí que se armen sociedades. Un ejemplo, El diablo en las colinas dialoga directamente con Hombres sin mujeres; o Cerca de la savia con La ciudad invencible. Por otro lado, hoy no tenemos límites de géneros, si bien la editorial empezó más orientada a lo fantástico, al terror y a la ciencia ficción, hace tiempo ya, te diría que con la salida de Arroyo, de Susana Pampín, abrimos el universo marciano a cualquier tipo de género, si es que se mide desde esas categorizaciones.
¿Qué libro te hubiera gustado editar?
Cualquiera de César Aira.
¿Qué es lo mejor y lo peor de los autores?
Lo mejor me parece que es entrar en su cabeza, que te haga parte de su mundo literario, de su operación mental. Y lo peor, que no pasa en todos, es más, diría que pasa en los menos, es lidiar con el ego.
¿Qué colección o editorial pasada o presente te gusta?
Del pasado tengo debilidad por los libros de la editorial Jorge Álvarez o la Serie del Recienvenido que dirigió Piglia hace unos años para el Fondo de Cultura Económica de Argentina. Y del pasado y de afuera los de Einaudi de la primera época, esos italianos entrañables. De ahora, me gusta mucho la apuesta que hace Nudista, la solidez de Sigilo y Entropía, las traducciones de Chai, la colección de “Efectos colaterales” de Caja Negra y la de “Lectores” de Ampersand. En fin, por suerte en el país tenemos una variedad enorme de editoriales independientes que siguen apostando por la literatura.
¿Qué estás leyendo ahora?
Les digo uno que terminé, uno que ya empecé y otro que quiero leer, que son los tres que tengo en la mesa de luz ahora. Hace unos días terminé dos novelitas de Akutagawa, Ruedas dentadas y La vida de un estúpido, que sacó de manera conjunta la editorial chilena Abducción en una edición bellísima. Son dos de los últimos libros que escribió Akutagawa antes de matarse, muy potentes en su verdad y locura. Después el que empecé es Si este no es mi hogar, no tengo hogar, de Lorrie Moore, que es una autora que me gusta mucho, sobre todo sus cuentos. Me interesa porque esta es una novela y quiero ver cómo se desenvuelve en un texto de largo aliento. Y el que tengo para leer –y ya quiero leer– es Para hechizar a un cazador, el último de Lamberti, nuestro King.
¿Escribís?
Sí, escribo desde hace tiempo; de hecho, Una nube viene, mi última novela, salió en Marciana. Mi camino, en ese sentido, es poco original: de chico leía mucho y esa lectura en un momento decantó en escritura, que es un paso que uno da casi sin darse cuenta, como si la mano se soltara sola. Pienso que uno cuando es joven y se lanza a escribir lo que está buscando es replicar lo que le genera leer, ser esa fuente de placer, pero claro, llegar a eso no es tan simple como se suele pensar con la irreverencia de la juventud. Y bueno, lo de editar, como contaba al principio, vino mucho después. Incluso hoy a veces me cuesta pensarme como editor. Dicho esto, creo que uno de los distintivos de Marciana es, justamente, que somos dos escritores que editan.
¿Cuáles son tus hábitos de lectura y de escritura?
Trato de leer siempre que puedo. Por lo general, llevo un libro en la mochila o en la campera y cada vez que tengo un tiempo libre me pongo a leer, no importa dónde, en cualquier parte. El hábito sería ese: llevar siempre un libro conmigo. Algo que intento hacer, cuando puedo, es después de leer un autor nacional seguir con otro de afuera, así todo el tiempo, es como un tic, necesito entrar y salir. En cuanto a la escritura, sigo un poco la misma tónica: escribir cuando puedo, que, obviamente, requiere otro tiempo, o mejor, otra planificación. Suelo escribir los fines de semana por la mañana, algún día de la semana a la tarde noche, cuando tengo un proyecto y estoy en vena con la escritura busco el momento para tener al menos una hora limpia, si tengo dos es un gran día. En fin, como decía Arlt, escribir, para mí, constituye un lujo.
¿Cuál es tu visión del mundo editorial en el presente? ¿Cómo evolucionará la industria editorial?
Preocupante. Cada vez es más difícil sacar un libro para una editorial independiente, el costo del papel, que siempre fue un dolor de cabeza, ahora se volvió directamente un condicionante. Nosotros tuvimos que bajar la cantidad de libros que sacamos por año porque no llegamos, y sé que la mayoría de las editoriales independientes están en la misma situación. Ni hablar de la caída del consumo; hoy, lógicamente, se venden menos libros y eso hace que ingrese menos dinero en las editoriales, dinero que se usa para seguir sacando libros. Es sabido que económicamente no es redituable, se hace por pasión y a pulmón, pero es desgastante ver cómo año a año se complica más. En Marciana todo lo que entra se invierte en nuevos libros, es una cadena, y cuando se resiente una parte, se resiente todo. En fin, no sé cómo evolucionará la industria, me encantaría tener la bola de cristal, lo que sé es que el panorama editorial hoy no es bueno. Así como digo esto, también creo que nuestras editoriales independientes suelen tener una fe inquebrantable en lo que hacen, confían en sus libros, que pueden ser menos, pero no dejan de ser muy buenos. Esa resistencia hace que, contra todo pronóstico, sigan saliendo buenos libros. Y seguirán saliendo.
Recomendá un libro de otra editorial
Tengo miles para recomendar, pero voy con el primero que se me vino a la cabeza: Antes de que te vayas de casa, de Pablo Natale. Es un libro que sacó Nudista hace un par de años y me gustó muchísimo.